Etapa 9 Madrid-Collado Villalba
Ya está la bici en la furgoneta y yo en el autobús camino de Madrid. La mente ya se ha liberado de todas las ocupaciones de un día habitual y de las previas a un viaje. Ya puedo concentrarme en contemplar desde la enorme ventana, el paisaje y, sobre todo, los cambios de la luz del atardecer. Este es uno de los placeres del viajar.
Cada viaje tiene su particularidad que lo enmarca, este ha empezado marcado por los atentados de Paris. Los amigos y la familia hace ya tiempo que no se preocupan cuando me voy de viaje, pero el teléfono, y todos sus derivados actuales, no han dejado de solicitarme desde la noche del Viernes. Todavía no entienden que, esencialmente, somos una marcha por la Paz. Paz con el aire, con el agua, con el suelo, con todos los seres de este planeta; y por supuesto, con todos los seres humanos. Una Marcha por la Paz no se puede esconder en las situaciones de conflicto, en esos momentos es cuando se tiene que manifestar con más fuerza. Son los momentos en los que la decisión de aprender a convivir desde la paz corre más riesgo, la sociedad reconsidera la opción del miedo y la violencia, y como consecuencia, la renuncia a los valores que defendemos.
Venimos de diferentes ciudades y además cada uno de los miembros de la Marcha ha elegido su medio para venir, esencialmente buscando las ofertas de billetes económicos. El resultado recuerda a una clásica película de atracadores, vamos llegando en pequeños grupos al local que nos ha cedido Greenpeace para pasar la noche. La furgoneta con las bicicletas llega con retraso, el resultado es un frenesí de movimiento preparando y comprobando todo el material para el día siguiente; cuando nos damos cuenta son las doce y mañana hay que levantarse a las siete, y salir de Madrid con un grupo de más de 100 personas, nunca es sencillo
Suena el despertador y todos saltamos de los sacos, no conozco a muchos de los compañeros pero se nota que ya están rodados, pocas palabras y cada uno sabe lo que tiene que hacer. Descenso por la calle de Alcalá a toda velocidad hasta Cibeles, todavía hay poco trafico y Madrid nos muestra su lado amable, que bonita sería esta ciudad sin coches. El Paseo de la Castellana está cortado al tráfico los Domingos desde el cambio de gobierno, eso nos facilita mucho la concentración, tenemos espacio y no el agobio de otras veces, la gente que acude a apoyarnos puede disfrutar de hacerse fotos y todo lo que rodea a una manifestación esencialmente lúdica. Y no cesan las novedades, nos va a acompañar la policía local EN BICICLETA!!!. Eso es como acabar un Viernes de copas con tu peor profesor. A pesar de que Madrid sigue siendo hostil e impermeable a la bicicleta, estos pequeños signos de cambio se agradecen con júbilo.
Cuando los medios ya se cansan de nosotros iniciamos la salida de Madrid, nos guía Toni hasta Villalba (gracias) lo que nos asegura que será la menos mala de las rutas. Atravesamos la Casa de campo, perfecto, camino amplio para la bici y rodeados de árboles, pero una vez salimos volvemos a la cruda realidad, coches, polígonos industriales y terminamos en la vía de servicio de la Autopista de la Coruña. A falta de paisaje surge el dialogo, el pelotón va tomando vida y se van formando grupos, cabeza y cola lo determina la capacidad física, y en medio una rica vida que va surgiendo de las afinidades que se descubren. Es otro de los placeres de viajar, abrirse a nuevas personas, nuevos puntos de vista.
Y así, sin darnos cuenta, excepto por las rampas que nos van acercando a la sierra, llegamos a Collado. Despedida en la estación a todos los que nos han acompañado, sigue sorprendiéndome los vínculos que se pueden crear en un día de pedaleo, y directos al polideportivo a dormir, mañana cruzamos la sierra.
Relato escrito por Manuel Sabate